El destino debió jugar sus cartas para que una extraordinaria pareja de aquellos nobles parajes contactase con nosotros con motivo de su próxima boda. De aquello hace ya unos meses y, superado el estado de sorpresa inicial, nuestro director se puso manos a la obra para adaptar (contando con que la representación iba a tener lugar en un entorno natural) «El Sueño de una noche de verano», la obra de W.Shakespeare que anhelaban encontrar Mario y Miriam para ambientar sus nupcias.
Todo eran no inconvenientes, pero sí «circunstancias» que movían a la ilusión pero también a la aventura: ¿una actuación a 500 y pico de kilómetros? ¿dónde nos alojaríamos? ¿cómo llegaríamos hasta allí además desde varias localizaciones? ¿quienes irían? ¿luces…, sonido…, atrezzo…? Y eso por la parte de logística porque luego había que redactar o preparar la versión limitada (a los actores y al lugar de actuación), ensayar con actores nuevos o que habían hecho otros papeles y, para remate, la inoportuna baja por accidente de uno de ellos que provocaba otro cambio en el plantel… ¡Se preveía divertido!
Y, finalmente, como todo en la vida: todo llega y todo pasa. Ésta es la crónica de 3 días inolvidables en tierras riojanas. Comenzaron regular pues tras un retraso considerable en la hora de salida, a la media hora de camino ya la expedición motorizada estaba perdida en tierras valencianas. Tras retomar el oremus y la correcta dirección, quedaba todavía un percance más: los «catalanes» Paloma y Manu, cambiando sus planes iniciales, se decantaron por llegar desde su tierra a la Rioja en blablacar y… cosas que pasan cuando menos tiene que pasar: se perdieron también. Y ahí emergió la figura del líder-director quien, a los mandos de una furgoneta generosamente prestada y desarmado de todo elemento comunicacional (para rematar la tensión del momento partió raudo sin reparar que el teléfono móvil se había quedado fijo e inoperativo en el punto de partida) se convirtió en Vicente Crusoe o Robinson Collado en una aventura que salió afortunadamente bien pese a todos los augurios que anunciaban lo contrario. Los hados, una vez más, se demuestra que son cresolers de filiación y de adopción. De todo.
Tras una noche dispar (los jóvenes jóvenes fueron informados de que la población donde se alojaban estaba en fiestas patronales y no dudaron en pasar revista al jaroteo riojano mientras los jóvenes veteranos fueron más comedidos en su final de jornada) llegó el día de la actuación. Una comida en un lugar que, unánimemente, han decidido no recomendar a sus amistades más queridas y que por elegancia omitimos en esta crónica (salvo que lo buscado sean emociones gastronómicas «diferentes») dio paso a la actuación vespertina que, esa sí, salió redonda. Con una primera localización en un jardín de pinos y una segunda en una fuente enmarcada enmedio del frondoso bosque (a la que hubo que «insonorizar» pues su bucólico rumor de agua no era el mejor complemento al clima teatral perseguido), los artistas de EL CRESOL dieron vida a los enamorados y los duendes del bosque salido de la genial imaginación de Shakespeare. Una aparición sensiblemente preparada de los novios, tras una bonita narración a cargo de un amigo de aquellos, colocándose en un lugar preferencial para ver la actuación y el hecho de tratarse de una sorpresa absoluta aquel regalo artístico para los invitados, hicieron de esta actuación una experiencia absolutamente especial en la carrera del grupo teatral.
Definitivamente los novios quedaron encantados y los invitados a la boda en aquel especial entorno denominado «Somalí» (en Nájera) tampoco olvidarán tan original puesta en escena.
Afortunados unos y los otros. VISCA EL CRESOL que una vez más ha demostrado su polivalencia artística.
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