
El enfermo imaginario
¿Cuántos enfermos imaginarios conocemos?
¿No hemos padecido nosotros mismos las más inmiseri- cordes dolencias de enfermedades de raíz psicosomática?
En 1673 Molière crea la que será su última comedia y morirá interpretándola. Ello dará pie a algunas de las más consolidadas tradiciones fóbicas de la gente de teatro a la hora de evitar determinados colores en escena. En España la víctima es el amarillo.
Cómo duele la hipocondría. Molière lo sabe y aprovecha ese saber para crear una de las más aceradas sátiras sobre el poder de la medicina, en una época que ha empezado a entregar al conocimiento científico la esperanza de la felicidad y la salvación.
Como dirá Thomas Bernhard, siglos más tarde: “nuestra única posibilidad de salvación está en encontrar un buen médico”. Argán, el protagonista de la comedia de Molière, no tendrá esa suerte y sus médicos utilizarán sus miedos para conseguir otros fines. Nosotros, sus espectadores, podremos reírnos y compadecernos.

Las Troyanas
DE EURÍPIDES
«Troyanas es una tragedia de guerra; es el espectáculo de las consecuencias de una guerra a través de sus víctimas más dolorosas: las mujeres y los niños. El drama se concentra en Troya, pero éste es también el drama de cualquier guerra en cualquier sitio, porque Troya está en cualquier parte cuando el mito, ubicuo, se hace historia.
Séneca así lo entendió cuando escribió sus Troyanas como Eurípides escribiera las suyas: reinterpretando el presente a la luz del pasado más lejano y antiguo, y, como ellos, otros muchos poetas e intelectuales, hasta el mismo Sartre, cercano ya a nuestros días.
Para los griegos, Troya ubicaba un modelo concreto de alteridad significativa: la guerra de Troya fue, entre otras cosas, la guerra entre Europa y Asia, entre Oriente y Occidente, entre la cultura y la naturaleza. Al mismo tiempo, la guerra de Troya fue, también, una guerra de exterminio.
Troya es paradigma de ciudad arrasada. De ella no quedaron más que sus cenizas, que se expandieron, difusas, por el éter. Todos sus hombres fueron aniquilados, sus mujeres esclavizadas y sus hijos sacrificados o separados de sus madres para ser vendidos como siervos en el extranjero.
Eurípides dejó que las mujeres de esta guerra hicieran visibles sus cuerpos abatidos y audibles sus voces que pasan de la desesperación a la duda y a la increpación contra el mundo hostil que las rodea. Su tragedia, que denuncia el horror del sufrimiento incompensable de las víctimas de guerra, está a caballo entre el compromiso y el oratorio, entre el teatro político comprometido y el drama lírico. Aun desde la distancia del mito de los nombres de estos personajes, sus palabras y gestos nos provocan, también hoy, una inquietud perturbadora: sus lamentos evocan otros lamentos, su luto, sus plañidos, sus quejidos nos resultan horrorosamente familiares, semejantes a los que vemos no desde el teatro sino diariamente en la televisión. Troya está en Palestina, en Bosnia, en Afganistán, … en cada espacio sobre la faz de la tierra donde la guerra desata las lágrimas de una mujer que llora por sus muertos.»
Lucía Romero, Filóloga Griega